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¿Cuáles son las estructuras y funciones del cerebro que son importantes para el aprendizaje complejo, como la capacidad de averiguar rápidamente cómo activar una nueva aplicación en tu smartphone? ¿Cuáles son los mecanismos cerebrales que permiten almacenar recuerdos, como el nombre de tu profesor de primer grado, y recordarlos rápidamente, incluso muchos años después? ¿Qué parte del cerebro genera la creatividad y la flexibilidad de pensamiento necesarias para aprender una nueva interfaz de smartphone, por ejemplo? Estas preguntas son algunas de las más estudiadas en la neurociencia, que es la ciencia que estudia el cerebro y el sistema nervioso. En este artículo, te contamos cómo la investigación sobre el cerebro del pulpo podría ayudarnos a encontrar respuestas a estas preguntas. Comparando la estructura y el funcionamiento del cerebro del pulpo con los de otros animales, podríamos incluso obtener pistas sobre el funcionamiento del cerebro humano.

Los pulpos, las sepias, los calamares, los caracoles y las almejas pertenecen a la clase de animales llamados moluscos. Los pulpos, las sepias y los calamares pertenecen a un grupo de moluscos llamado cefalópodos. Cefalópodo significa “cabeza-pie” en griego, ya que las cabezas de estos animales están directamente conectadas a sus “patas” (Figura 1). A diferencia de los caracoles y las almejas, los cefalópodos tienen un cerebro central excepcionalmente desarrollado que permite a los cefalópodos mostrar comportamientos complejos iguales a los de los mamíferos y las aves [1]. Los moluscos simples, como el caracol, sólo muestran comportamientos muy simples. Por ejemplo, un caracol de mar hambriento se desplazará hacia el olor de sus algas favoritas. Es posible que un caracol aprenda que un determinado olor proviene de un alimento especialmente delicioso, y entonces elegirá este olor en lugar de otros en el futuro. Pero, en general, los caracoles siempre repetirán estos mismos comportamientos simples para encontrar comida.

El pulpo gigante del Pacífico comparado con el ser humano

Nuestro último ancestro común con los pulpos existió hace más de 500 millones de años. Entonces, ¿por qué parecen mostrar unas similitudes tan peculiares con los humanos y, al mismo tiempo, parecen tan extraños? Tal vez porque, a pesar de sus tentáculos cubiertos de ventosas y su falta de huesos, sus ojos, su cerebro e incluso su curiosidad nos recuerdan nuestra propia sed de conocimiento.

En etología, el estudio del comportamiento, exploramos esta inteligencia, que clasificamos como “capacidades cognitivas” individuales. Se trata de los mecanismos por los que la información del entorno se percibe, se procesa, se transforma, se recuerda y se utiliza para tomar decisiones y actuar.

Desde el punto de vista del comportamiento, la flexibilidad con la que un animal puede adaptarse y ajustar su conducta a situaciones novedosas es un buen indicador de sus capacidades cognitivas. Numerosos estudios indican que los pulpos poseen una gran flexibilidad en sus comportamientos, tanto si los expresan en su entorno natural como dentro de un tanque en un laboratorio.

Datos del pulpo

El pulpo es un molusco marino y miembro de la clase Cephalopoda, más comúnmente llamada cefalópodos. Cephalopoda significa “cabeza-pie” en griego, y en esta clase de organismos, la cabeza y los pies están fusionados. Un anillo de ocho brazos igualmente largos rodea la cabeza. Utilizan los brazos para “caminar” por el fondo marino. La parte inferior de los brazos está cubierta de ventosas muy sensibles al tacto y al gusto. El cuerpo, en forma de saco, está encaramado a la cabeza, que tiene dos ojos complejos y sensibles, mientras que la boca está en la parte inferior. Los pulpos tienen un duro pico que utilizan para perforar el caparazón de sus presas crustáceas.

Los pulpos tienen tres corazones funcionales. Dos de los corazones trabajan exclusivamente para mover la sangre hacia las branquias, mientras que el tercero bombea la sangre por el resto del cuerpo. En lugar de una sangre basada en el hierro, su sangre está basada en el cobre, que es más eficiente en el transporte de oxígeno a bajas temperaturas y hace que su sangre sea de color azul.

Los pulpos son criaturas solitarias excelentes para camuflarse y ocultarse. Tienen un 90% de músculos y, al carecer de huesos, pueden pasar por espacios muy pequeños. Su piel contiene unas células llamadas cromatóforos que permiten al pulpo cambiar de color y de dibujo. Se cree que son bastante inteligentes, capaces de aprender, utilizar herramientas y recordar lugares.

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Alguien te observa, atentamente, pero no puedes verlo. Entonces te das cuenta, atraído de alguna manera por sus ojos. Estás en medio de un jardín de esponjas, el fondo marino salpicado de matorrales de esponjas de color naranja brillante. Enredado en una de estas esponjas y en las algas verde-grisáceas que la rodean hay un animal del tamaño de un gato. Su cuerpo parece estar en todas partes y en ninguna. Las únicas partes que puedes fijar son una pequeña cabeza y los dos ojos. A medida que te abres paso alrededor de la esponja, también lo hacen esos ojos, guardando las distancias, manteniendo parte de la esponja entre los dos. El color de la criatura coincide perfectamente con el de las algas, salvo que parte de su piel está plegada en pequeños picos en forma de torre con puntas que coinciden con el naranja de la esponja. Finalmente, levanta la cabeza y se aleja con la propulsión de un chorro.

Un segundo encuentro con un pulpo: éste se encuentra en una guarida. Las conchas están esparcidas por delante, ordenadas con algunos trozos de vidrio viejo. Se detiene frente a su casa y los dos se miran. Éste es pequeño, del tamaño de una pelota de tenis. Adelantas una mano y estiras un dedo, y un brazo del pulpo se desenrolla lentamente y sale a tocarte. Las ventosas te agarran la piel, y el agarre es desconcertantemente fuerte. Tira de tu dedo, saboreándolo mientras te atrae suavemente. El brazo está repleto de sensores, cientos de ellos en cada una de las docenas de ventosas. El propio brazo está lleno de neuronas, un nido de actividad nerviosa. Detrás del brazo, unos grandes ojos redondos te observan todo el tiempo.